jueves, 13 de enero de 2011

"UNCLE BOONMEE"


"Este próximo viernes 14 de enero se estrena en los Multicines Monopol la película con la que el tailandés Apichatpong “Joe” Weerasethakul obtuvo para sorpresa de muchos, alborozo de bastantes y disgusto de otros tantos, la Palma de Oro en el último Festival de Cannes: Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (dicho sea de paso: ¿por qué se ha mantenido en inglés la palabra “tío” –uncle– del título internacional?). El estreno tiene lugar, felizmente, contra la previsión inicial de sus distribuidores, quienes sólo editaron 12 copias del filme y limitaron su estreno, hace ya un par de meses, a seis ciudades españolas –frente a las, por ejemplo, 120 copias distribuidas en Francia, donde tan sólo en París se contaba con 18 en exhibición.

Uno en todo caso es partidario más bien de agradecer que al menos la película pueda verse, en vista de lo difícil que se ha puesto el negocio de la distribución. Que Uncle Boonmee sea una coproducción con participación española ha debido contar para ello, puesto que hoy un primer premio en Cannes no asegura los estrenos. Dificultades al margen y pese a quien pese, ésta es una de las películas fundamentales de nuestro tiempo, al menos para muchos de los que aún creemos que el cine es un arte vivo. Es decir, un medio para experimentar formas de imaginación. Desde luego, no se trata de una impresión consensuada: las películas de “Joe” provocan divisiones y discusiones tan viscerales entre los cinéfilos, que incluso resulta chocante cuando se considera que, en el cine del tailandés, si algo no hay es precisamente crispación.

Cierto que sus “defensores” a menudo nos perdemos en disquisiciones que oscurecen las cosas, para terminar siempre diciendo que el cine de Apichatpong no se deja “explicar”. Bien, esto es cierto en la medida en que la poesía elude toda explicación que no sea un rodeo, por la vía de la puesta en contexto o la paráfrasis. Interpretarla en términos de sentido, más allá de la clarificación de las alegorías y demás, es una traición a su propia naturaleza, que es la del juego con los límites del lenguaje. La poesía no explica, la poesía crea ecos. Tan sólo hay que dejarlos resonar. Y Uncle Boonmee quiere, más que contar, evocar una historia: la del protagonista enfermo que, antes de afrontar la muerte, recibe las visitas de los espíritus (o lo que es igual: de las fábulas) que pueblan la jungla. Uncle Boonmee es cine de poesía, entre otras cosas, porque en vez de narrar, encadena espacios que son zonas narrativas, lugares de fabulación, estados del espíritu que se dejan poblar por los recuerdos y los espectros. De modo que sí es posible contar o incluso “explicar” algunas cosas que, tal vez, nos ayuden a evitar los prejuicios establecidos por la costumbre para así acceder al trance de las visiones.

Es importante comprender, entonces, que la extrañeza que nos produce el cine de Apichatpong tiene mucho que ver con su aprecio y admiración por las tradiciones narrativas de su país. El autor de Tropical Malady (2004) es tal vez el gran heredero de aquella etnografía radical que empezaron a ensayar cineastas como Glauber Rocha o el mismísimo Pasolini en los 60. A ellos también se les acusaba de chapuceros, puesto que no les interesaba la factura pulida sino las asperezas de la realidad cuando es modelada por la simplicidad de los mitos. En Apichatpong domina sin embargo un desenfado gentil que le permite asumir sin contradicción, por ejemplo, el tono naif de sus monos-fantasma, inspirados en el cine popular de los 70, y la delicadeza de una caligrafía audiovisual que sabe ajustar con pulso exacto en el montaje. Acusado a menudo por su supuesta propensión a la lentitud, cabe preguntarse por el contrario cuántos cineastas hay en la actualidad que sepan hacer respirar las imágenes como él lo consigue. La sencilla anécdota de un búfalo que escapa en la noche se convierte en sus manos en un momento de suspensión maravillada ante lo inefable.

Las asperezas pueden aparecer –aviso para navegantes– en la aparente torpeza de las interpretaciones, pero es preciso aceptarlas: ésta no es una película “actuada” por profesionales sino por personas comunes que viven, en su mayoría, en la zona septentrional del país, en la frontera con Laos, donde el gobierno tailandés ejerció en los 80 una brutal represión anti-comunista que diezmó la población masculina. Los no-actores no se dejan sus personas reales guardadas en el armario, y su mezcla de rigidez y espontaneidad es una clave necesaria para sentir la convivencia natural con los muertos, mientras aguardan a quien fue uno de sus verdugos.

Es preciso entender, asimismo, que en su cine las historias no se desarrollan, sino que transmigran, se reencarnan. Tailandia es aquí un universo poblado de espíritus invisibles y de historias que flotan en el aire y lo saturan. El principio de una historia puede derivar en otra, sin que sepamos si trata de una reminiscencia, de una aparición o de un salto en el tiempo. Lo imaginario y lo real están aquí en igualdad de condiciones. Y si nos parece que ninguna de estas historias parece culminar, tal vez deberíamos pensar que los fantasmas son seres inacabados. Espíritus y fábulas comparten la forma de un boceto, un apunte en sfumato. Nada pesa, todo es leve y provisional.

Hasta aquí, una reseña de “defensa”. Sobre las razones que hacen de este filme una obra maestra, y pido perdón por el tópico, hablarán por sí mismas las imágenes (y los sonidos: formidable trabajo, como siempre, del ingeniero habitual, Akritchalerm Kalanayamitr; Akrit para los allegados). Uno puede añadir, eso sí, que Uncle Boonmee es una película menos conceptual que las anteriores: no está dividida en dos partes que se reflejan como en espejo, aunque sí termina en una coda final impregnada con un extraño sentido del humor. Pero condensa los hallazgos de sus cinco largos anteriores y nos confirma en la idea de que Apichatpong Weerasethakul es uno de los grandes poetas-etnógrafos de lo fantástico. ¿Cuántos momentos, en la historia del cine, comparables a la escena de la princesa en el río, por ejemplo? Uno piensa en ciertas imágenes de Mizoguchi o Satyajit Ray. Nada menos."


Publicado en el suplemento cultural Pleamar, del diario Canarias7, el 12 de enero de 2011.

miércoles, 12 de enero de 2011

“ESTILOS RADICALES. Algunos autores y otros desvíos de la no-ficción por las rutas de Asia”


“…En proposiciones tales como “cine de terror asiático” o “cine de autor asiático”, pesa más la denominación de origen que el género. La proposición “cine documental asiático” representa, en este sentido, una doble excentricidad: es el borde exterior de un borde exterior. (…). En este sentido, y en lo que respecta a la cultura cinematográfica global, el “cine documental asiático” no existe. Es decir, no aparece como tal en el mapa dominante que indica los jalones históricos y teóricos de la no-ficción.

Los mapas de la estética del cine han sido trazados como rutas de un largo e incansable proceso de auto-cuestionamiento, de puesta en crisis de la autoridad del cine para representar lo real. En este sentido, la no-ficción representa una cierta vanguardia que anticipa los problemas. Ahora bien, si se considera a nivel regional, la historia de la no-ficción se halla supeditada a los diferentes ritmos sociopolíticos y culturales de cada zona, con las diferencias que le son propias. Por decirlo de otra forma: la no-ficción se halla más urgentemente vinculada que la ficción a las necesidades prácticas –de orden didáctico o político, por ejemplo- que solicitan el lugar y la época. Aunque resulte paradójico, el hecho de no tener que competir en mercado ofreciendo a la vez una alternativa y una semejanza con el producto extranjero dominante (Hollywood), limita y libera la práctica de la no-ficción, cuyos artífices pueden concentrarse en resolver, por así decir, sus propios problemas sin necesidad de medirse con un referente exterior ni convertir el suyo en producto exportable por sus aportaciones a la estética del cine.
(…)
Al menos una parte fundamental del cine de ficción asiático que ha dejado su impronta en la cultura fílmica contemporánea, basa buena parte de su singularidad en la reformulación del realismo. Dicho de otra forma: importamos aquel cine de ficción asiático, al menos en su vertiente de “arte y ensayo”, que desde la apuesta por una estética observacional reescribe la tradición realista de la modernidad. En este sentido, los documentales asiáticos tropiezan con la dificultad de que la demanda internacional (…) se dirige precisamente hacia películas de ficción que “parecen” documentales. El documental propiamente dicho (…) representaría para el “mercado del gusto” contemporáneo una innecesaria redundancia. Naturalmente, hay excepciones, pero conviene revisar con detenimiento por qué lo son.”


Extracto de:

Luis MIRANDA: “Estilos radicales. Algunos autores y otros desvíos de la no-ficción por las rutas de Asia”, en Antonio WEINRICHTER (coord.): .DOC. El documentalismo en el siglo XXI, Festival de San Sebastián, 2010.