domingo, 26 de junio de 2011

Esto no es “justo una imagen”

Una imagen que aquí no mostraré.
Empiezo por admitir que mi primer rechazo es visceral: no soporto ver el detalle que le da fundamento como imagen. Se trata de una fotografía, un retrato dispuesto como objeto para que yo lo vea, advierta el detalle horrendo, sienta el impacto y me encuentre obligado a comprenderla, a insertarla en un arco que recorre demasiado velozmente un drama particular y un escenario sociopolítico de "actualidad". A partir de ese punto, es decir, de la evidencia de un discurso, mi rechazo se convierte a su vez en discurso paralelo contra esa especie de seguridad del dispositivo de la imagen ante el detalle horrendo, que el retrato busca trocar en símbolo: la perforación del rostro de una joven cuya nariz ha sido mutilada.
Quiero pensar que genero simultáneamente, no después, mi rechazo ante la agresión del "símbolo": la herida en la carne de esa mujer se sitúa para mí, hacia mí, como espectáculo de la conciencia, y lo que es peor, como alusión.
Me tropiezo con la foto por casualidad al distraer la mirada en el escaparate de una librería, puesto que se trata de la portada de un libro. El primer dato es éste: la foto ha sido seleccionada para ser portada de una publicación. Esta imagen ocupa la totalidad de la cubierta, es la cubierta misma, y por tanto anuncia, prepara y promete. Horrible promesa de la parte por el todo.
En la esquina superior izquierda, aparece nombrada la publicación, con letras pequeñas, como haciéndose a un lado pero sellando con nitidez: World Press Photo. “Éste es el mundo, esto es hoy tu mundo”, insisten en recordarme estos catálogos. Así pues, fotos que me van a mostrar “el mundo” y a su vez la cómoda distancia inculpatoria que me permite interpretarlo como actualidad relevante, puesto que tengo tiempo suficiente para detenerme ante una serie de imágenes y rescatarlas de lo inmediato.

Encuentro así dos velocidades en mi percepción de la foto.
La primera: un juego perverso por su inmediatez de “mensaje”: yo reconozco. Reconozco los rasgos semíticos de la mujer, reconozco lejanamente la prenda que rodea su espesa mata de cabello negro. Hago mi ecuación de primer grado: mujer, Islam.
La segunda: ella posa: se trata de un luminoso retrato de estudio, sin sombras dramáticas, de acabado notable, formalmente virtuoso pero ortodoxo. Y como tal da a ver un pacto de complicidad entre la retratada y el fotógrafo (“poso para ti, acepto, me doy, no me exhibes sino que participo de tú a tú en el juego porque conozco sus reglas, y desde ellas admito y pongo en valor lo que significo”).

El sistema de la ironía opera aquí para señalar lo singular frente a la amenaza de saturación de las imágenes del horror: es un retrato, y eso implica deliberación, reposo, voluntad de dar lo propio del sujeto, pero con bárbara “sorpresa” en su mismo centro. Ella es/fue hermosa: atroz esta barra que suspende la decisión por el tiempo verbal (antes y después de la mutilación).
Todo el malestar del que me hago consciente, sin embargo, no sería el mismo sin el gesto anterior que me ha conducido a esta foto hiriente, y en el que se me hace preciso insistir: es la portada de la publicación anual de World Press Photo. Fuera de contexto, ignorante de si la imagen forma parte de una serie, su voluntad de resumen groseramente simbólico se multiplica. Mujer, Islam.
No es ella, ni acaso la foto sino la portada misma, la que me mira para desafiar mi mala conciencia por no ser ella ni querer mirarla, y sin embargo ser capaz de reconocer las claves del símbolo (mujer –no lo soy–, Islam –o cualquier otra adscripción común para la “barbarie” ante la cual la actualidad denuncia mi afortunada casualidad de ser aquí y no allí; de ser ajeno y saberme enajenado de ese ahora del horror que no tengo derecho a poner a distancia).
Quiero pensar, entonces, que el malestar, en mi caso, tiene motivos justos, con perdón. Al menos, uno: la operación simbólica indiscriminada por la cual una situación terrible que responde a un escenario social descifrable pero complejo, se pone en el lugar de una generalidad (el mundo hoy). Irresponsablemente, no me he decidido a informarme sobre esa foto porque no quiero verla de nuevo. De modo que no sé quién provocó la mutilación: ¿un vándalo, un marido, un verdugo por orden de un tribunal? ¿Los tres encarnados en un solo sujeto? Encaramada al pedestal de la actualidad, esa portada ya ha decidido que tal distinción es irrelevante frente al enunciado general. Mujer, Islam.

Precisamente por su voluntad de imagen simbólica, puesto que la mutilación alude a un historial de casos antes que a una historia concreta, esta foto apela al reconocimiento instantáneo, y no al conocimiento, que a fin de cuentas lleva tiempo, provoca zozobras y no seduce desde el escaparate. No es “sensacionalismo”, porque éste trabaja a pecho descubierto. Es algo mucho peor.

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